Las Prisiones de la Libertad: un breve diálogo entre Michael Ende y Sören Kierkegaard en torno al concepto de libertad.

Las Prisiones de la Libertad: un breve diálogo entre Michael Ende y Sören Kierkegaard en torno al concepto de libertad.

Yolanda Picaseño Gómez1

Resumen:

El presente artículo fue presentado como ponencia en el XIII Congreso Nacional Efraín Huerta el pasado septiembre 2018. El objetivo de la presente ponencia es establecer un diálogo, aportando reflexiones, en torno al cuento “La prisión de la libertad” de Michael Ende, y contrastarlo con algunos puntos del pensamiento filosófico de Sören Kierkegaard. Se presentan dos formas de concebir la libertad, que finalmente son formas de prisión para el hombre. De esta manera se logrará una apreciación más enriquecedora del cuento y del concepto mismo de libertad. Además, surge la iniciativa como una exhortación a la lectura de los cuentos de Michael Ende, mismos que no son muy recurridos, de modo que la presente propuesta podría revivir el valor de la lectura, siendo ésta establecida como un punto para el intercambio reflexivo literario y filosófico, tomando temas en común como: la libertad, razón, fe, angustia, entre otros. Para el desarrollo, se partirá de la lectura del cuento, y se irá reflexionando y complementando con el pensamiento del danés.

Palabras clave: libertad, angustia, voluntad, fe, razón.

“Somos prisioneros, condenados a elegir al azar entre innumerables incertidumbres que nos atormentan. No puede el hombre decidir con fundamento, desconociendo el futuro. Aunque lo conociera sus pasos estarían determinados porque todo está determinado, así que tampoco podría elegir. Sólo el Señor del Universo posee el saber. Él guía planetas y conduce nuestras almas como él quiere (Ende: 1997, pp.175-176).”

Introducción

De nacionalidad alemana, viviendo entre los años 1923-1995, Michael Ende es recordado por algunos de sus escritos, como: “Momo” o “La Historia Interminable”, son algunas de sus obras más reconocidas, sin embargo, pocas veces se habla de sus cuentos, por ello, en esta ocasión, parece interesante retomar uno de esos cuentos; “La prisión de la libertad”, mismo que puede ser un buen recurso para abordar temas existenciales. Su obra fue catalogada como literatura fantástica, y aunque no siempre escribía para niños,se recuerda su escritura destinada a este público. En otro punto, se puede considerar que el toque de ficción en su obra, haya tenido cierta influencia de su padre, Edgar Ende, quien fue un pintor surrealista. Sin duda, hubo una gran influencia del ambiente artístico en el cual su padre se desenvolvió, más no es preciso aseverar que su estilo ficticio y fantástico, guarde directamente una relación con el estilo artístico del padre.

El autor Sören Kierkegaard; nacido en Dinamarca, vive entre los años 1813-1855. Algunas de sus obras emblemáticas son: “Temor y temblor”,“El concepto de la angustia”,“Tratado de la desesperación”, “O lo uno o lo otro”, entre otros. Su obra estuvo enfocada en considerar temas humanos, sin perder de vista su gran influencia teológica. Sus grandes temas conciernen a la individualidad, a la libertad y la responsabilidad.

Desarrollo

I. Michael Ende: La prisión de la no-libertad

El planteamiento del cuento es el siguiente: un mendigo que relata su historia a un califa. La historia versa de un hombre poderoso, respetuoso de las leyes de Alá, que un día, ebrio, es atraída su atención por una bella danzarina, que por tal belleza, se considera capaz de hacer cualquier cosa con el propósito de poseerla. Ella le dice que será suya, pero él debe de jurarle que no será de nadie más, así que él jura por el Todopoderoso que así será. Para sorpresa del hombre, ella no acepta que la promesa sea por el Todopoderoso, así que él termina prometiendo por su voluntad, sugerida por ella. La danzarina se desprende de todo velo que pudiese cubrirla, y teniendo a la mujer cerca, rostro con rostro, se da cuenta de la lengua bifurcada de la mujer. En ese momento se percata que no es una mujer, sino que se trata de Iblís, el Mentiroso.2 Al poco tiempo se desmaya, queda cegado por el demonio, hallándose en un lugar fuera del mundo, en un lugar vacío, que en poco estaría frente a él una especie de muro infinito con puertas cerradas. Una voz sugiere al hombre que elija alguna si es que piensa escapar.

1Licenciada en Filosofía por parte de la Universidad La Salle, Ciudad de México. Correo electrónico: yoli.inc@hotmail.com

El hombre logra contar 111 puertas. El número 111, es el número de la locura, ¿habría perdido la cordura?, La voz explicó que se trataba de un lugar fuera de la voluntad del Todopoderoso, así que no había posibilidad para solicitar algún tipo de señal. Incluso, con el paso del tiempo, el hombre ante su desesperación por no saber cuál puerta elegir, recurre a pensar en superstición con una salida. Toda superstición nace de la necesidad de tener que decidir sin la fuerza que se requiere para ello y por eso es obra del diablo (Ende, 2017,p. 177). Trataba de buscar señales en sus alimentos, dichos, que nunca supo cómo es que aparecían frente a él. Tratando de rendirse para salir de aquella prisión, pide ayuda a la voz, ésta le contesta que sólo le puede sugerir, más no ordenar. Por darle alguna sugerencia le indica la puerta número 72, pero ¿cómo saber cuál es la 72?, ¿Cómo saber si es la indicada? El hombre optó no elegir. Con el paso del tiempo, las puertas se fueron reduciendo, al parecer después de un conteo, quedaban 84. Después de mucho tiempo, solo quedaban 2 puertas.

Son varios los puntos que podemos llegar a resaltar de la historia, y algunos que podrían problematizar. Al término del cuento, el hombre agradece al Altísimo por haberlo curado del autoengaño, de haberle quitado la carga de la falaz libertad. Dice:

Ahora que ya no puedo ni debo elegir, resulta fácil renunciar para siempre a mi voluntad y someterme a tu santa voluntad sin protestar y sin pretender comprender. Si ha sido tu mano la que me ha conducido a esta cárcel y me ha encerrado para siempre entre muros, lo acepto humildemente. Nosotros, los hombres, no sabemos permanecer en un lugar ni sabemos abandonarlo sin la gracia de la ceguera por la que no guías. Renuncio para siempre a la falsedad del libre albedrío, pues es una serpiente que se devora a sí misma. La libertad total es la falta de libertad. Todo el bien y sabiduría están en Alá, el Todopoderoso y él es el Único, fuera de él no hay nada (Ende, 1997, p.181).”

De acuerdo al planteamiento, la libertad no consiste en la toma de decisiones, como podría pensarse en una primera instancia. La libertad supera esa faceta. Una vez que tenemos la posibilidad de elegir entre 111 puertas, y decidimos no tomar ninguna, nos libramos de la esclavitud de decidir sobre esas opciones, pues una opción también era no elegir entre esas puertas. La decisión y responsabilidad recae en el hombre, pero con el tiempo el hombre decide poner esa responsabilidad y su voluntad en Alá. El hombre también entiende que ese lugar en el que estuvo, podía no ser terreno de la voluntad de Alá, sin embargo, existía por la voluntad de Alá. Y el mal, presentado por el personaje Iblís, existía por voluntad de Alá, es decir, si el mal o la tentación están presentes, es también por la voluntad del Todopoderoso.  

“Si realmente existe un lugar que no está lleno de la voluntad del Todopoderoso, […] únicamente existe por voluntad de éste. Pero por eso mismo su voluntad está en ese lugar, porque sin ella nada puede existir, y tampoco ese lugar. Su ausencia es su presencia. En la perfección del Altísimo no hay contradicción, aunque así le parezca al limitado espíritu humano. Por eso Iblís, el Confundidor, tiene que servirle y no existe sin él (Ende, 1997, pp. 182-183).”

Así que, ¿es el limitado espíritu humano el que interpreta lo que es bueno y malo? Según el cuento, el que el hombre tenga libre albedrío, significa que el hombre es capaz de producir el bien y el mal, y por lo tanto sus actos los desconoce el Todopoderoso, así que con dichos actos, […] significaría que la criatura puede sorprender a su creador y que también para el Ser Supremo rige el antes y el después, es decir, que no estará por encima del tiempo, sino sometido a él como no estaría todo lo que él ha creado (Ende, 2017, p.163).

Según el planteamiento anterior, no habría libre albedrío, porque no hay manera de que haya acto en la creación que no sea sabida por el Todopoderoso, por eso todos los actos son parte de la voluntad de Alá. Cuando no estamos reconociendo la voluntad de Alá, viene la duda, que como es sugerido, sería la figura de Iblís, el Mentiroso o Confundidor, quien está por voluntad de Alá y al servicio de su voluntad. La función del mal, o sea de la duda, es para poner a prueba la fortaleza de la fe, del reconocimiento de la voluntad del Todopoderoso. Siendo que todos los actos son conocidos por Dios, y no tenemos ciertamente libre albedrío, y no queda de otra sino librarnos de decidir para dejar ser la libertad de Alá, la vida del hombre no tiene sentido, pues todo ya ha sido predeterminado por el Todopoderoso, él ya sabe cómo acaba nuestra vida y la de toda la humanidad. Esa sería la infinita prisión de la libertad humana, realmente nunca elegimos porque todo ya ha sido elegido por Dios, incluso si elegimos librarnos para poner o reconocer nuestra voluntad en él, ese acto posiblemente ya había sido decidido por él. ¿No sería esto una nueva forma de angustia?: saber que somos irremediablemente no-libres. Condenados siempre a la voluntad del Todopoderoso. Pareciera ser entonces que el mal no tiene sentido, pues el mal es simplemente un poco de sazón para aquel juego que ya tiene un final determinado, no hay aprendizaje, no hay sentido, porque no hay libertad. La vida del hombre parece entonces carente de sentido.

Por otra parte, no podemos negar, que aunque no sepamos esto, la duda genera angustia. Pues no sabemos. El ignorar nos lleva a un miedo. Dice la voz al hombre:

“Haces bien en dudar […]. Podría ser que detrás de una puerta se oculte un sanguinario león que te destroce, detrás de otra florezca un jardín habitado por hadas que te regalarían miles de caricias amorosas, que por el contrario detrás de la tercera te espere un gigantesco esclavo negro para cortarte la cabeza con una espada, tras la cuarta te aguarde un abismo en el que caerás, tras la quinta una cámara llena de joyas y oro que te pertenecerán, tras la sexta un horrible ghul3 para devorarte, y así sucesivamente. No digo que sea así, pero podría ser. En cualquier caso tú elegirás tu destino. Elige bien (Ende, 1997, p. 169)”.

– ¿No hay pues razón alguna para una determinada elección? –Ninguna contestó la voz-, excepto la que tú decidas por tu propia y libre voluntad. -¿Cómo voy a tomar una decisión si no sé adónde me conduce?- Exclamé desesperado. Se oyó un murmullo seco, como una carcajada incorpórea. ¿Lo has sabido alguna vez? Sí has creído toda tu vida tener razones para decidirte por esto o por aquello, pero en realidad nunca podías prever si sucedería lo que esperabas. Tus sólidas razones no eran más que sueños o elucubraciones. Como si sobre estas puertas hubiera imágenes pintadas, imágenes que te engañaran con falsas indicaciones. El hombre es ciego y todas sus acciones son acciones en la oscuridad. Uno celebra su matrimonio y no sabe que dos días más tarde será viudo. Otro quiere ahorcarse acosado por las penas y las necesidades y no sabe que la embajada que le convertirá en un hombre rico ya está en camino. Uno huye a una isla desierta para escapar de su asesino y se lo encuentra allí

– ¿No hay pues razón alguna para una determinada elección?

¿Conoces la historia de la herradura que Sherezadele cuenta al sultán? […], por eso se dice que todas las decisiones que toma el hombre están prefiguradas en el plan universal de Alá desde el comienzo de los tiempos. Él- según se dice- inspira cada una de tus decisiones, ya sean buenas o malas, necias o sabias, pues él conduce según su voluntad, como a un ciego. Todo es kismet4 , a irman, y eso es una gran bendición. Aquí estás al margen de ella y la mano de Alá no te guiará (Ende, 1997, p.175)

Así queda por confirmar que no hay libertad en la propuesta de Ende, todo ha sido predeterminado por Alá, cada decisión, cada palabra dicha por el hombre, cada pensamiento, cada sentimiento, cada impulso, cada palabra, sea esta bendición o maldición. El mendigo alzó sus ojos blancos como la leche hacia el señor de los creyentes y contestó con una sonrisa: -Alá recompense tu generosidad, señor. Pero qué puedes regalarme si poseo lo más grande que puede poseer el hombre (Ende, 1997, p. 182).

II. Sören Kierkegaard: La otra prisión de la libertad

Para algunos podría ser un alivio la propuesta de Ende, ya que de alguna manera, el hombre no sólo estaría libre de tomar decisiones si la voluntad absoluta brotara de Alá, sino que también las consecuencias no tendrían mayor peso, pues quien ha decidido, ha sido Alá, de modo que, ¿qué culpa podría tener el hombre? Si el hombre no ha tomado ninguna decisión, ninguna culpa o castigo le corresponde.

Para el danés sería evidente que la culpa viene de una pérdida de inocencia, generada por la adquisición de un conocimiento, que a su vez abre el horizonte de posibilidades donde habrá de tomarse una decisión que implique una responsabilidad y una consecuencia. Por dar un ejemplo; se dice que está prohibido vestir de rojo para asistir al colegio. Una vez dicho eso, se obtiene una información, un conocimiento. Ahora que se tiene ya no somos inocentes, tenemos el conocimiento, y ahora que se posee se tiene que elegir: vestir o no de rojo para ir al colegio. Ambas opciones tienen consecuencias. Cualquier decisión que se tome, será responsabilidad y culpa de quien lo haya decidido. Pareciera que en la versión de Ende, no habría tal cosa como una pérdida de inocencia, pues no hay como tal un conocimiento adquirido, y en caso de que sea así, es por gracia de Alá que ese conocimiento esté en posesión de alguien, y por tanto, la responsabilidad y culpa, tendrían que recaer en él. Sin duda la libertad es un tema que azuza la angustia, sea para decirnos que somos irremediablemente no-libres, o sea para decirnos, como Kierkegaard, que somos irremediablemente libres.

Como ya ha sido expuesto, la última problemática a la que se llega en la versión de Ende, es que la existencia humana no tiene sentido, porque en realidad todo ha sido predeterminado por el Todopoderoso, incluso la razón está o no está por voluntad de él mismo, de modo que si el hombre existe o no, es accidental. Sin embargo, para el Tenedor de Copenhague, la existencia humana sí tiene sentido. Daremos comienzo por decir que la angustia es importante, al contrario de la versión de Ende, que si el hombre se angustia o no, es porque así ha sido la voluntad de Alá. Dice Kierkegaard: En uno de los cuentos de los hermanos Grimm, se relata la historia de un mozo que salió a correr aventuras con el solo fin de aprender a horrorizarse. Dejemos a este aventurero que siga su camino, sin preocuparnos ahora de si llegó o no llegó a encontrar algo capaz de infundirle espanto. Lo que sí quisiera dejar bien claro es que ésa es una aventura que todos los hombres tienen que correr, es decir, todos han de aprender a angustiarse. El que no lo aprenda se busca de una u otra manera su ruina: o porque nunca estuvo angustiado, o por haberse hundido del todo en la angustia. Por el contrario, quien haya aprendido a angustiarse de la debida forma, ha alcanzado el saber supremo (Kierkegaard, 2012, p. 269) Las decisiones sí importan, afectan el constructo del hombre, porque éste es temporal, es decir, es mortal. De otra manera no tendría sentido, esto es, si el hombre tuviera la eternidad para tomar decisiones y aprender, no habría un mérito, pues se tendría la eternidad (todo el tiempo) para enmendar errores. Por eso, tenemos un tiempo de caducidad en el mundo, un tiempo que no sabemos cuánto va a estar, y por eso, cada decisión es parte constitutiva de nuestro ser, de nuestra individualidad que aspira a ser merecedor del Paraíso. Por eso, mientras seamos mortales, y estemos sometidos a la prueba, somos irremediablemente libres, Dios no busca interferir para que nuestros actos tengan valor. De modo que hay que tomar decisiones, y por tanto, angustiarnos.

Todos estos conceptos se refieren a algo concreto, en tanto que la angustia es la realidad de la libertad en cuanto posibilidad frente a la posibilidad. Ésta es la razón de que no se encuentre ninguna angustia en bruto, precisamente porque éste, en su naturalidad, no está determinado como espíritu (Kierkegaard, 2012, p.88).

Si el hombre ha de aventurarse en angustiarse, el hombre debe aventurarse a la realidad de la libertad frente a la posibilidad. Es como decir, que asumamos que una posibilidad constante es tener esas 111 puertas con sus respectivas posibilidades, o las puertas que sean. Y aunque no se busque, queda una culpa, pues cuando decidimos una puerta, hemos renunciado a las 110 otras. Existe una culpa por no saber cómo hubiera sido, no saber si hemos tomado o no la mejor de las decisiones. ¿Y cuándo abramos la puerta? Fuere lo que fuere, tendríamos que seguir eligiendo: si fuera un león, tendríamos que elegir correr, si fuera una montaña de diamantes, tendríamos que elegir tomar los diamantes.

La angustia no es una categoría de la necesidad, pero tampoco de la libertad. La angustia es una libertad trabada, donde la libertad no es libre en sí misma, sino que está trabada, aunque no trabada por la necesidad, más por sí misma. No habría ninguna angustia si el pecado hubiese venido al mundo por necesidad -lo que es una contradicción-. (Kierkegaard, 2012, p. 99).

La solución que dará Kierkegaard está más desarrollada en Temor y temblor, donde en el Panegírico de Abraham, se sugiere que la angustia aminora cuando la batalla que se elige es para salir de lo temporal (Kierkegaard: 2010). En esta propuesta pasamos a la siguiente etapa: somos irremediablemente libres, pues bien, hemos caído, y la caída viene con la mortalidad, donde somos libres, y la libertad está sometida a prueba para poder ser merecedores del Paraíso. Sin embargo, concedemos junto con Ende, que la toma de decisiones puede generar angustia. Esto sería, cuando vemos las infinitas posibilidades, aparece la duda, dándonos posibles pero hipotéticos escenarios. Diría Kierkegaard, que precisamente la razón nos hace dudar, por eso, hemos de elegir la fe para encaminar nuestras más altas dificultades. Recordemos que el hombre es dual, para Kierkegaard la fe es parte de un despertar del alma para permitirse guiar por Dios, cabe decir, sí hay un libre albedrío, por ello las decisiones tienen valor. Una cosa es que la voluntad del Todopoderoso tome posesión de mi voluntad, y otra es poner a Dios a lado de mi voluntad. La fe, como corresponde al alma, es una renuncia a la temporalidad: Hace falta un valor puramente humano para renunciar a la temporalidad en todas sus manifestaciones, y así obtener la eternidad, pero una vez conseguida no puedo renunciar a ella, ya que sería una contradicción (Kierkegaard, 2010, p. 114). Ahí donde la razón no puede decir algo, entra la fe colindando con los límites de la razón. La razón puede dar muchas razones, ideas y argumentos, que no siempre ayudan a definir una decisión, sino a complicarla, y se puede convertir en algo impensable, y cuando se vuelve un absurdo una posible decisión, podría estar tratándose de la fe, no abusando de este sentido. Por dar un ejemplo claro: Para la razón, Abraham habría sido un asesino de Isaac, sin embargo, para la e, Abraham habría sido el mejor de los siervos del señor. La razón nos hace dudar y paraliza, cuando hay duda y se avanza, se habrá dado un salto de fe.

Conclusiones

Tanto la postura de Ende, como la de Kierkegaard, nos pueden llevar a extremos de pensar en la libertad como una prisión; el primero proponiendo que estamos sometidos a la prisión de (no) libertad, porque libres realmente estamos de todo, pues todo es la voluntad de Alá y con ello podemos interpretar que la existencia del hombre no tiene sentido, pues todo ya ha sido prediseñado por el Todopoderoso. De modo que tampoco hay bien o mal, no hay consecuencias, pues todo ha sido responsabilidad del Todopoderoso.

Bibliografía

Ende, M. (1997), La prisión de la libertad, México: Alfaguara.

Kierkegaard, S. (2012), El concepto de la angustia, Madrid: Alianza.

Kierkegaard, S. (2010), Temor y temblor, México: Fontamara.

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